Es una realidad aplastante reconocer que históricamente los idealistas hemos sido tachados de ingenuos. Aparentemente un sesgo cognitivo o psicológico nos impide ver la realidad tal y como es: descarnada y atroz. O bien; tal y como ocurrió alguna vez hace miles de años, los idealistas somos como aquel primer homo sapiens que decidió no conformarse con vivir bajo las tinieblas de su cueva; y que contra todo pronóstico, y tras hacerse de enemigos a quienes adoraban la oscuridad; se hizo a la luz.
Este octubre de 2024, toma protesta la primer Presidenta de la República mexicana; y yo como buen idealista, no sólo quisiera que las condiciones en la que recibe nuestro país fueran mejores, sino que el pronóstico de su gobierno también fuera más favorable. Naturalmente pienso esto porque yo como millones de mexicanos —Andrés Manuel López Obrador, el primero de todos—, no sólo anhelamos algún día contar con un sistema de salud pública como el de Dinamarca; sino también, disfrutar que nuestros hijos gocen con libertad de una tarde en el parque, sin que por ello peligren sus vidas o su integridad.
Deseo lo mejor; no solamente para mi país, sino para la vida pública en su conjunto. Y si parece asomarse la crítica de mi pluma, no es porque sea de derecha, conservador, neoliberal o “fifí”. Sino porque la facultad humana por excelencia es el pensamiento; y en épocas tan oscuras como las que vivimos hoy en día, hacen falta más mujeres y hombres que pensemos por nosotros mismos; manteniendo la voluntad de disentir y la valentía de plantar cara a la obediencia. Sobre todo; cuando ésta busca distorsionar la verdad, para luego presentarla como una realidad halagüeña de la condición que atraviesa nuestra patria.
Subrayo y enfatizo este hecho, pues pienso que este será el primer gran reto que tendrá que enfrentar la primera Presidenta de México: suplir la negación (del “otro”), por la incitación al diálogo y el entendimiento mutuo, convirtiendo el pensamiento y la acción en las bases del quehacer político ¿Es acaso idealista solicitar dicha enmienda, o es lo mínimo necesario que deberíamos demandar como seres humanos supuestamente racionales que han decidido ceñirse a la vida en democracia?
Y es que esta negación del “otro” no ha sido exclusiva de este sexenio. La regla histórica por excelencia en México, ha sido la renuncia al diálogo como método de nuestro tlatoani en turno para lograr acuerdos, ya sea negándose a escuchar a punta de descalificaciones u optando por acallar la crítica a punta de espada o cárcel. Y no, no es diálogo cuando tu interlocutor esquiva la verdad, desconoce o descalifica los argumentos puestos sobre la mesa por el “otro”; ni mucho menos, cuando se decide sólo hablar con quienes lo aplauden, ya sea a cambio de alguna prebenda, o abiertamente cuando se trata de un aplaudidor a sueldo.
Gran tarea que le espera a la primera científica mexicana en ocupar la Presidencia de México, mostrar el camino del diálogo obligándonos a recordar —si no es que enseñarnos por vez primera— que los mexicanos podemos disentir pero es ineludible seguir sentándonos en la misma mesa, obligándonos al entendimiento mutuo, reconociendo nuestras diferencias, buscando coincidencias y construyendo acuerdos; es decir; las acciones básicas vinculadas a la necesidad de rescatar la política del abismo en el que se encuentra hoy en día; no sólo en México, sino tristemente en todo el mundo.
A estas alturas; quizá se pregunte el lector, por qué la obsesión de quien escribe por el diálogo como herramienta de la política. Dejando a un lado la teoría, podemos mencionar dos cuestiones básicas y perturbadoramente ignoradas recientemente: 1. Que la negación del “otro” disimula su potencial “anulación” (por no decir previsible aniquilación); y 2. Que en el mundo complejo en el que vivimos, debería ser una verdad inexorable que nadie posee la verdad absoluta; y que para afrontar los problemas complejos que asechan nuestras sociedades y amenazan la vida en la tierra, habremos de recurrir a algo mas que nuestra obsesión por negar la realidad cuando resulta incierta; es decir habremos de emprender el mayor despliegue de creatividad humana jamás antes visto.
Para lograr este hito histórico, en principio no habremos de inventar el hilo negro. Para resolverlo, podríamos empezar por recordar la herencia de los pensadores griegos, quienes creían que la única forma de comprender y develar la naturaleza de un objeto era haciéndolo público; la observación de ese algo, por parte de múltiples miradas nos permitiría acercarnos a la verdad. Y el único lugar en donde podía tener lugar dicho fenómeno, era el espacio público donde se debatía entre iguales.
De esta manera; ese algo, ese fenómeno inexplicable o complejo sólo podrá abordarse y hallar su resolución si participamos “todes” en develar su verdad. Si por el contrario; quienes actuamos nos negamos a ver y obedecemos so pretexto de que quien nos ordena dice poseer la verdad, presenciáremos entonces la privatización de lo público. Es decir, la monopolización de la verdad en favor de un interés individual o privado. Maxime si esa supuesta verdad tiene la finalidad de incitar la división del Estado: entre quienes creen y no creen en mi verdad absoluta.
Y todos deberíamos saber lo que sigue a dicha consecución de hechos ¡Sin contrapesos, la corrupción no importa de quién se trate termina por abarcarlo todo! ¡Para sorpresa del mundo, hasta Roma cayó! Si insistimos en la ruta de la monopolización de la verdad por nuestra máxima autoridad y renunciamos con ello a la construcción del espacio público a través del debate democrático, nuestra república no sólo permanecerá en las penumbras; sino que nuestra estirpe, pasará indiferente sin aportar a la solución de los grandes problemas humanos, para luego sucumbir con sorpresa frente a la guerra cuando se vuelva generalizada, frente al cambio climático; o cuando se derritan los polos e inicie la cuarta extinción.
En este orden de ideas; el papel de Claudia Sheinbaum Pardo será crucial para recobrar la vocación parlamentaria del congreso, defender la autonomía de los poderes; pero sobre todo, para recobrar la importancia de la máxima facultad humana para sumar voluntades y resolver problemas complejos: hablar para entendernos. Si por el contrario, persiste la negación como política de Estado y el séquito continúa jactándose de acatar instrucciones sin antes debatir lo que aprueban; entonces nos esperan 70 años más de lo mismo, más de aquello que quizás ingenuamente creímos haber erradicado. Y entonces con la sangre envilecida; nuestro pueblo recordará, que sustituir al tuerto que ocupa la silla no limpia de facto nuestros pecados.